Una multitud predominantemente joven colmó la Plaza de San Pedro este domingo en un evento que quedará grabado en la memoria de miles: la canonización de Carlo Acutis, el adolescente que falleció en 2006 y cuyo legado digital y espiritual lo ha convertido en el primer santo de la era millennial.
Durante la solemne ceremonia presidida por el Papa León XIV, también fue declarado santo el beato italiano Pier Giorgio Frassati, conocido por su trabajo social entre los más pobres a comienzos del siglo XX. La liturgia siguió el rito habitual: la lectura de sus biografías, la proclamación oficial en latín, y el estallido inmediato de vítores y aplausos por parte de los asistentes.
Acutis es ya una figura emblemática entre católicos jóvenes, muchos de los cuales viajaron desde distintos países para participar del acontecimiento. Algunos llevaban camisetas con su rostro, otros portaban estampas y reliquias. El presidente italiano, Sergio Mattarella, estuvo entre los presentes, junto con la familia de Acutis, visiblemente emocionada. Su madre, Antonia Salzano, ofreció al altar una reliquia muy especial: una parte del corazón de su hijo.
Carlo nació en Londres en 1991, pero fue en Milán donde pasó la mayor parte de su vida. Desde pequeño, desarrolló una fuerte vida espiritual, asistiendo a misa diaria y mostrando un particular amor por la Eucaristía, a la que llamó “mi autopista hacia el Cielo”. Pero lo que realmente lo hizo destacar en su tiempo fue su capacidad para unir fe y tecnología: diseñaba sitios web, organizaba exposiciones digitales sobre milagros eucarísticos y colaboraba activamente con instituciones religiosas.
Por estas razones, muchos ya lo consideran el «santo patrono de Internet», una figura moderna que supo conectar la devoción con el mundo virtual. Su vida, aunque corta, dejó una huella profunda en comunidades católicas de todo el mundo y en una Iglesia que busca hablarle al siglo XXI sin perder su esencia.
Con su inscripción en el libro de los santos, el Vaticano no solo reconoce su santidad, sino también el mensaje que dejó: que incluso en una era dominada por las pantallas, es posible vivir una vida de fe auténtica y transformadora.